Nunca he
sido una mujer que se le pueda considerar propiamente femenina. Nunca me ha
gustado peinarme (aunque últimamente lo hago, porque tengo que hacerlo), me
muerdo las uñas, mi esmalte negro es reemplazado hasta que se me cae casi por
completo, no uso cremas ni tratamientos para la piel, mi maquillaje consiste en
mascara en mis pestañas. Sí, me encantan los zapatos, la ropa y accesorios,
pero mi forma de ser no es femenina.
Recuerdo a
mi mamá decir siempre cómo anhelaba tener una niña, para cubrirla de moños y
ponerle vestidos con holanes. Pero, desde bebé, dejé muy clara mi aversión a
que la gente toque mi cabello (adiós peinados) y, a muy temprana edad (por ahí
de mis primeros años de primaria), ya me rebelaba cuando me querían vestir como
muñeca. Yo quería usar jeans, botas, playeras y camisas a cuadros, estar despeinada y ser libre de elegir. Fue
difícil para mi mamá ver mis zapatitos de charol empolvarse y mis vestidos
colgados en un rincón.
Creciendo,
fui apasionándome por la moda… pero, cuando tienes complejo de ser fea, te
conformas con soñar diseños y verlos en revistas. Incluso siendo una infanta,
me enamoraba de los diseños clásicos de Chanel y Dior; me gustaban las perlas,
diamantes, plumas y zapatos con encaje. Eso se lo agradezco a mi tía, la cual
tenía sus revistas de moda muy a la mano.
Quien me ha
visto de jeans, con botas vaqueras, playera de MetallicA y guantes de
motociclista… podría sorprenderse un poco al enterarse de ésto. Sin embargo,
tengo un verdadero lado femenino y elegante, el cual he sacado tan pocas veces,
que pareciera inexistente.
Hoy me
considero una verdadera fodonga; el tener una silueta comparable a la de un
hipopótamo en engorda, a veces no te deja muchas opciones y se trabaja con lo
que se tiene. Claro que respetando mi gusto por estar cómoda.
Si me cumplo
el propósito de perder los 200 Kg que he aumentado en los últimos 6 años,
probablemente me atreva a sacar esa faceta tan escondida… pero ya será después
de que me acabe la MEGA bolsa de doritos.